"A ver niños, ¡Vamos a jugar!!




¿Me puedes explicar de nuevo? “Sí, si esto es igual que esto apreto ese botoncito. Estos conejitos significan buena nota y este chanchito con cara triste significa que me saqué dos malas”. ¿Y esos? “Ah, estos botones se llaman menor y mayor”.


 “Las clases de cómputo son todos los viernes por la mañana”. Diez para las once el profesor Víctor Hugo Flores, con dos tutoras más, trasladaron a los casi cuarenta niños que asistieron a clase aquel día. Los niños, cogidos de la mano, caminaban de dos en dos; al principio lo hacían lento y a los pocos minutos, sus pasos eran más prolongados en dirección al segundo local, de primaria e inicial, del colegio El Proyecto.


Después de varias indicaciones y llamadas de atención, los niños llegaron con el profesor y las tutoras a la sala. En ella habían unas treinta computadoras colocadas en forma de U invertida; la mayoría estaban prendidas y mostraban una ventana con dibujos de animalitos y cuadros de colores El profesor Víctor Hugo calmó a los pequeños, que se habían adelantado a “jugar” en ellas, y los dividió en dos grupos de igual cantidad.


“Las clases son de once de la mañana a una de la tarde”. En la primera hora, todos los del primer grupo estuvieron frente a sus pantallitas y los otros trabajaron, en las mesas que también estaban en la sala, fichas de reforzamiento de matemática y lenguaje. En la segunda hora el mecanismo fue igual, solo hubo intercambio de “papeles”.





Al ver a los niños frente a la computadora recordé que en primer grado de primaria no supe de la existencia de esta tecnología y que recién en tercero de secundaria tuve la gran experiencia de manejar una máquina. La realidad fue dura: eran casi ocho años de ventaja.


“Cada viernes elaboro un material en función de lo que han hecho en sus clases teóricas”. Esa vez el profesor Víctor, quien se encarga del centro de cómputo, elaboró cincuenta ejercicios de las diferencias entre los números: para ver quién es mayor, quién es menor y quiénes son iguales. Estos ejercicios, según dice, son propicios para los niños de cinco y seis años, y va de acuerdo a los avances de su aprendizaje.


-          “Profesor cámbieme de juego”


“En todas las clases, a cada grupo, le hago un ejercicio en veinte minutos”. Después de haber “jugado” solos, los niños “jugaron” con Bambin, como llaman a su profesor Víctor. Él les explicó en qué consistía el juego, dejó claro “las reglas” y cada uno empezó entusiasmado su faena: los más distraídos lo llamaban cada cierto tiempo y los más hábiles acudían rápidamente a él para pedirle otro ejercicio.





-          “Ya, la segunda vuelta y te cambio de juego”


“Los niños han aprendido a interactuar con la computadora y ven la utilidad en ella”. El profesor junto con las dos tutoras acompañó a los niños a cada instante y les enseñó cómo “jugar” al hacer sus ejercicios. Muchos, frente a problemas que surgían en otro de sus “encuentros” con la pantalla, acudieron a él y pocos se las ingeniaron para resolverlos.


Uno de ellos, Fabrizio Lira Arellano de seis años, no solo fue capaz de resolver los suyos sino de resolver el mío, no necesariamente frente a la computadora pero sí frente a la realidad conocida: me explicó de forma clara y sencilla las reglas de aquel “juego”, que minutos antes me había expuesto el profesor Víctor y no las había entendido.


Profesor Víctor Hugo Flores explica su trabajo:




Por Priscila Guerra

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