Una esquina tradicional

Es de noche. En una esquina del centro de la ciudad, exactamente en la intersección entre las avenidas La libertad y Moquegua, una fila de catorce personas detrás de un carrito anaranjado llama la atención.
-  “Una porción de picarones, por favor”, es el clamor de toda esa gente.
Doña “Chona” Flores se apresura en freír la masa mientras Marcela, su sobrina, calma los ánimos de sus comensales
- “Ahorita sale su porción, en un ratito no más”, dice con su voz chillona, de tono muy agudo, la que ocasiona que los tímpanos de los allí presentes se estremezcan.
En esa esquina, “su esquina”, desde hace treinta y cinco años, Doña Chona se dedica a preparar y vender este típico dulce peruano, que llegó al país en la época virreinal y  está hecho a base de harina, camote, zapallo, levadura, anís y huevo.
La gente sigue llegando, especialmente las personas que salen de misa de una iglesia cercana.
Ni bien los picarones se fríen, Marcela los acomoda, de cuatro en cuatro, en platos descartables, rocía sobre ellos un chorrito de miel de chancaca y los entrega a la primera mano que encuentre en la fila.
- “Son tres soles, joven”, le dice a un muchacho que se ha llevado dos porciones.
A muy pocos metros de su carrito está la competencia, pero sólo de título. Pues, mientras ella se apresura en atender a la fila de clientes que tiene por delante; en el otro “carrito picaronero”, como lo llamó un niño en ese momento, no había ni un alma.
Es curioso, venden lo mismo, al mismo precio, e incluso su competencia sirve un picarón más en la porción, pero los picarones de Doña Chona arrasan por completo. No importa si se tiene que hacer cola y demorarse muchos minutos más de lo previsto. El objetivo es conseguir una porción de picarones allí mismo. ¿La razón?, O mejor dicho ¿Las razones? Son varias: tradición, seguridad y sabor.
- “Hace veinticinco años que compro aquí, es una tradición. Venía cuando estaba embarazada y ahora ya soy abuela”, comenta Gloria mientras espera en la cola.
- “Sí, la gente ya se acostumbró a venir acá. Yo he probado los picarones de la competencia, y los de doña “Chona” son más ricos”, añade su amiga.
El tiempo pasa, la fila disminuye, la masa se acaba. En sólo dos horas Marcela y doña “Chona” vendieron 200 porciones de picarones. El ajetreo de la venta terminó por hoy.
Guardan sus cosas y se alistan para partir. Por fin llega un cliente donde su competidora. Al poco rato, unos ladrones roban un auto que estaba estacionado cerca. Doña “Chona” y Marcela “no vieron nada” y ya están en camino hacia su casa.

Por Sandra Reyes

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