Son las nueve de la noche y Diego, como lo llamaremos, sigue pegado a la maquinita colorida y hambrienta que no deja de pedirle más monedas. Ya han pasado tres horas. Para él, es sólo un pasatiempo, un juego: El juego.
Hace cuatro años Diego conoció a esta seductora compañera. Sus padres se la presentaron como una vieja amiga, y él, encantado, adquirió ese gusto inexplicable por su compañía.
En el Casino “Royal, frente a la avenida Grau, él es simplemente “el man” se olvida de su trica en Historia del Perú y de sus flojos promedios universitarios. Su mirada está delimitada en un ángulo cerrado: sólo existe en ella.
Dos amigos hoy lo han acompañado a esta partida de pocker. Cada uno ha puesto diez soles en fichas y hace casi una hora que ya las han perdido todas. Pero Diego quiere seguir y apuesta más. No sé cómo pero esta vez ha ganado.
Diego juega hasta cinco veces por semana. No discrimina horas, ni las de clase, ni las de sueño. Gasta alrededor de cien soles a la semana en el juego. Y no para “hasta que se le termine la plata”.
Hace casi un año, y sólo una vez, en sus cuatro años de jugador recurrente, ganó un “progresivo” de mil 800 soles. Y sin embargo, se sintió el “hombre más suertudo del mundo”. Y es que “el que la sigue, la consigue” dice.
El olor a cigarrillos, a metal y a humanidad invade el local. De rato en rato pasa las asistentes con sus azafates vacíos. Esas asistentes que tantas veces han sido sus amores casuales, parte de sus juegos.
Diego se ha olvidado de los dos amigos que lo acompañan, los ha pasado a un segundo plano. En primer plano están las fichas, el depósito blanco que las guarda y las luces de la maquinita. Sus manos le tiemblan y su mirada es ansiosa.
Un estudio de la Comisión para el juego del Reino Unido, el "British Gambling Prevalence Survey 2007", concluyó que aproximadamente el 0.6% de la población adulta tenía problemas con el juego. La mayor prevalencia de la ludopatía se encontró entre los participantes en apuestas por diferencias (14.7%), terminales de apuestas fijas e intercambio de apuestas (11.2%).
Ganó una vez más y está si decide irse. Sus amigos lo acompañan y prometen, entusiasmados, regresar. Es que Diego “casi nunca pierde”, afirman.
El juego exacerba un sentimiento perverso: la codicia. El jugador pierde más mientras más espera ganar o busca recuperar. A todos nos gusta ganar, todos esperan algún tipo de reconocimiento y en esa búsqueda, los apostadores siempre pierden .De ahí el éxito de estas máquinas: en todo el país funcionan 60.000 mil tragamonedas.
Diego si pierde. Diego pierde casi todos los días, a veces sólo recupera lo que ha metido. Dice que lo máximo que ha perdido son cien soles. Y bueno, un par de ciclos de universidad, dos enamoradas y un par de horas…
Su última enamorada lo dejó porque prefería irse al casino que salir con ella. “Era muy problemática, no me entendía. Bueno, ella se lo pierde”. Para Diego todo es un juego: o ganas o sigues intentando.
El precio de ser ludópata es alto: las estadísticas reseñan que hasta un 20% de los ludópatas intenta suicidarse.
Salen del casino con aire a triunfadores y la plaza los engulle en su bullicio. Se sientan en una de las bancas.
¿Tú crees que eres adicto a las máquinas? “Si pues, pero es como todo vicio. Así como hay gente que le gusta tomar, o fumar, a mí me gusta apostar y más todavía, ganar”.
Allí sentado, se puso a contar sus anécdotas en el juego y narró de nuevo, con el mismo entusiasmo de siempre, con la misma cara de niño feliz e inocente que parece haber encontrado el tesoro perdido, la historia de “su gran premio”.
Veinte minutos después, ha decidido volver al casino. Sus amigos le dicen que ellos no quieren ir, que tienen hambre. Diego se despide y camina hacia atrás, les hace una mueca graciosa y sigue su camino hacia el luminoso letrero de luces de neón, que parece hipnotizarlo una vez más.
Por Marzia Vargas
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