Una frase desafortunada

Eran las diez y cuarenta de la mañana y aún no empezaba la conferencia de Gerardo Figueroa. Dentro del programa, él era uno de los expositores de mayor peso debido al éxito alcanzado en su rama: la comunicación corporativa. Todos sabían que Figueroa maneja muy bien el tema central de los 3 Días de Mass Media de este año, pero tal vez se descuidó un poco durante su exposición, porque su manera de comunicarse no fue del todo correcta.

Con cerca de veinte minutos de retraso, el director de Figueroa y Asociados, empresa dedicada a la comunicación empresarial, empezó bien, confiado en ese carisma que años de éxitos bien ganados le habían impreso en la frente. Y habló de lo que sabía: las crisis empresariales en el Perú, de cómo aún no logramos prevenirlas y tan sólo nos dedicamos a manejarlas cuando ya se han vuelto un incendio forestal.

Figueroa hablaba pausado, y se notaba que no era su primera vez frente a un público especializado. Mantenía en todo momento un control sobre los asistentes para medir el grado de alcance de su conferencia. Muchos de ellos habían pagado el evento sólo para escucharlo hablar a él, así que prácticamente ya tenía la mitad del auditorio ganado. Gerardo Figueroa se encontraba en su gloria.

Todo estaba muy bien hasta que habló de la misión y visión de una empresa comparándolas con los mandamientos. “Nada de malo tiene una comparación”, habrá pensado Figueroa, pero en el momento en el que contó su primer acercamiento a los mandamientos a través de las enseñanzas de su madre y los tildó de “la peor pesadilla de mi vida”, el experimentadísimo asesor de crisis no fue capaz de prevenir el diluvio que se acercaba.

“Me encontraba tomando apuntes de la conferencia, cuando de repente salió con que los mandamientos habían sido para él la peor pesadilla de su vida. El lapicero casi se me cae de la mano. No lo podía creer. ¿Acaso no sabía dónde se encontraba?”, comentaba la alumna de tercer año de comunicación, Pierina Pighi, que también estuvo dentro de la organización del evento.

La reacción de Pierina no era para menos. La Universidad de Piura nunca ha ocultado su afinidad por la práctica conservadora del catolicismo, y aunque con el paso de los años sus promotores han bajado un poco la guardia, estas ideas aun son parte importante de la atmósfera en la universidad; y esta atmósfera se hizo palpable cuando el auditorio en pleno se quedó completamente en silencio, asombrado de la “herejía” que acababa de decir el conferencista. Éste, en cambio, durante el mismo tiempo levantó la mirada al público esperando otra cosa: una respuesta favorable. Algo que ninguno de los presentes estaba dispuesto a darle, pues si antes se habían reído de sus chistecitos por una cuestión de compromiso, en este punto nadie quería comprometerse demasiado.

Los profesores tampoco fueron ajenos a esta situación de desconcierto. Ellos eran los responsables de la llegada del prestigioso comunicador, pero también los más indignados frente a tamaña frasecita: “Los mandamientos eran la peor pesadilla de mi vida”. Algunos optaron por acomodarse en sus asientos y esperar a ver cómo hacia Figueroa para zafarse. Otros carraspearon avisándole que había metido las ocho, y que hiciera el favor de arreglarla.

Es imposible saber con exactitud qué pasaba por la mente de Figueroa. Tal vez se encontrara en stand by mientras repasaba la solución descrita en alguno de sus libros. Quizás se le repetían una y otra vez los mandamientos. Es muy posible también que alguna carcajada macabra haya sonado en algún oscuro lugar de su mente. Lo único cierto es que después de unos tres o cinco segundos, que en tal ambiente de crisis se sentieron como dos horas y cuarenta y cinco minutos, Gerardo Figueroa trató de construir un arca y salir de ahí.

“¡Pero era porque no los entendía! Porque fue cuando los entendí que me di cuenta de la importancia de los mandamientos en la vida”. Junto con la última palabra de la frase se oyó también un suspiro de alivio común en el auditorio. Figueroa la había arreglado. Aunque tan sólo fuera dando pataletas de ahogado.

Al final, todos respiraron tranquilos.

Por Fiorella Ferrari

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Jajaja, has hecho recordar aquel momento. Así como a muchos a mi también me sorprendió. Pero al final lo entendimos(felizmente).

Enfoque pequeñísimo pero muy bueno ;)
Bien Fiorella.

Priscila Guerra

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